El mundo en el que vivimos se
preocupa acerca de los materiales que utilizamos cotidianamente. Un compuesto
que afecte al medio ambiente o que perjudique la salud humana se elimina del
mercado y se busca un reemplazo con tecnología verde y viable económicamente.
Esto parece un modo lógico de proceder en una sociedad racional y responsable.
Sin embargo, no todo es tan claro como decir bueno o malo. Existen compuestos
que se encuentran en un hoyo legal, que se aprovechan de las deficiencias de
los reglamentos establecidos por las organizaciones reguladores. Aquí es donde
entra el Bisphenol A. Antes de comenzar, conoceremos brevemente el compuesto y
el problema que presenta.
El Bisphenol A es un
intermediario a la hora de producir policarbonatos y resinas de epoxi. Los
policarbonatos se utilizan prácticamente en cualquier material que esté hecho
de plástico y las resinas se utilizan para recubrir el interior de las latas de
plástico. Con esto se puede observar que existe contacto con el Bisphenol A
cotidianamente. Se ha observado que el Bisphenol A en el organismo tiene
actividad endócrina y aquí es donde se inicia el debate.
Independientemente de si la
molécula resulta ser dañina para la salud, aquí existen 2 problemas a analizar
previo a tomar un juicio de su toxicidad. El primero sería las regulaciones que
existen para este tipo de compuestos
cuya toxicidad se encuentra en tela de juicio. Lo segundo serían los intereses
de por medio.
Los organismos reguladores
utilizan pruebas que se realizan a gran escala y con dosis que se considerarían
dañinas para el hombre. Estas pruebas arrojaron evidencia de que el Bisphenol A
no es tóxico y que la ingesta diaria del hombre es mucho menor a la cantidad
utilizada en las pruebas. He aquí lo interesante: Un grupo de científicos dice
haber descubierto efectos nocivos para cantidades bajas de Bisphenol A, en
lugar de grandes dosis. Suponiendo que los datos son verdaderos, esto generaría
repercusiones en cuanto a la veracidad de los estudios realizados en otros
compuestos. Muchas sustancias tendrían que ser reevaluadas y esto afectaría
muchos intereses de por medio. Industrias, fabricantes y manufactureros se
verían obligados a invertir en encontrar un reemplazo si algún material
resultase tóxico. Es dinero que no los fabricantes no están dispuestos a
gastar. ¿Cómo es posible creerle a un organismo que no es meticuloso en sus
pruebas? ¿Cómo es posible saber si los intereses existentes influyen los
estándares y los veredictos de ciertos compuestos?
Si bien es cierto que lo último
es difícil de comprobar y solo genera morbo, lo primero es lo que
verdaderamente nos afecta. Los organismos reguladores ignoran los resultados de
dosis bajas ya que dicen no se pueden replicar en diferentes laboratorios.
Cuando los organismos reguladores como FDA realizaron pruebas y no obtuvieron
prueba alguna de la toxicidad, los otros científicos culparon al organismo de
modificar las pruebas cambiando las condiciones en las que se realizaban. Las
pruebas clínicas, aparentemente el único método fehaciente para comprobar la
toxicidad, se ven afectadas por los intereses de diferentes grupos que solo nos
afecta a nosotros, la sociedad que estamos a la espera de saber si un compuesto
muy utilizado puede matarnos.
Si uno se tuviera que basar en lo
que la lógica dice, lo más recomendable sería evitar lo más posible productos
sintetizados con BPA. Se sabe con certeza que el BPA afecta en la actividad
endócrina, sin importar que existan disruptores endócrinos naturales con mayor
influencia que este. Hasta que no se tenga una batería de exámenes confiables
donde se compruebe que el Bisphenol A no es tóxico en altas o bajas dosis,
conviene disminuir su uso.
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