La forma más limpia y eficiente de producir electricidad es la biológica, es decir, la bioelectricidad. Las cantidades producidas son mínimas, pero su eficiencia es muy alta, y el impacto en el medio ambiente es, asimismo, mínimo.
Así pues, el poder utilizar un proceso biológico, unido a una tecnología eficiente, para crear unidades productoras de electricidad, que, unidas en serie, produzcan energía aprovechable, es un objetivo buscado desde hace tiempo. Conseguir la creación de “pilas biológicas”, alimentadas por agua común, y ausentes de metales, es, por decirlo así, el sueño de aquéllos científicos que desean encontrar una tecnología eficiente, de mínimo impacto.
Un avance en este sentido se comenta en el Ecoperiódico, sobre la utilización de bacterias para la producción de hidrógeno, pero un paso más allá se ha dado mediante la combinación de nanotecnología y enzimas. Con esta tecnología, se ha podido extraer directamente los electrones del hidrógeno que genera una enzima, con una altísima eficacia y utilizando únicamente agua como materia base.
La enzima es la hidrogenasa, el “cableado” son nanotubos de carbono, y creando una suspensión con detergente, para romper los enlaces moleculares de las superficies, en agua, automáticamente se produce una interacción entre los nanotubos y la hidrogenasa, creándose el flujo de electrones, corriente eléctrica extraíble y aprovechable directamente.
El poder separar el oxígeno y el hidrógeno del agua, sin costosos, y de gran impacto en el medio ambiente, catalizadores como el platino, permitirá el crear baterías eléctricas biológicas para vehículos, móviles, portátiles, etc. Sólo es necesario agregar agua y controlar el PH para mantener indefinidamente operativa la batería.
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